Érase una vez un niño que no había ido nunca al circo. Cada noche soñaba con una carpa de colores, custodiada por una bandera bañada de estrellas. Domador de leones, equilibrista, contorsionista, malabarista, hombre bala... Su imaginación onírica no conocía límites; salvo cuando se colocaba una enorme nariz roja y empezaba el espectáculo.
(Lo escribí pensando en el niño que todos llevamos dentro. Para él, para que nunca pierda su ingenuidad)
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